Me detengo en las letras, en las palabras ausentes, en la tierra de cementerios, en el éxodo,
Me detengo a exorcizar cada ceniza, cada lágrima de veneno sobre un suspiro tornasolado.
A discernir entre el suelo y la claraboya, entre la alcantarilla y las rejas cromadas,
a menoscabar los instantes entre cada paso que doy inversamente con los codos, y me hago parte de un trozo de tierra que suele ser un continente, y ahí reposando en las veredas del invierno, despierto.
Tengo paisajes helicoidales que retrato cuando soy polvo, cuando soy incendio muerto. Cuando penetro el anatema sobre mi ombligo.
Cuando digo que no, pensando que sí.