sábado, 29 de mayo de 2010

Duele el hoy, disipando el ayer.
Me siento extraña. Al extraña. R.

martes, 25 de mayo de 2010

Domingo


Cuando en la noche comenzaba a oscurecer, el frío tomó revancha, en tanto mis dedos jugaban elípticamente, dentro cada mano de un bolsillo, aisladas entre sí.

En la ciudad, se encendían luces por doquier en los edificios, la gente murmuraba al pasar, los automóviles danzaban sobre el asfalto, los semáforos a su vez se empañaban, las bocinas eran imperceptibles, casi como un zumbido diluyéndose en el silencio.

Me encontraba en la esquina de siempre, solitaria, esperando que llegara el autobús que ya hacía más de media hora que no aparecía. El hormigueo del invierno se apoderaba de mis piernas.

Llegó. Una vez arriba, sentada al final de su interminable pasillo miraba por las ventanas la ciudad alejarse y recordé qué era el amor. Cada secuencia, se perdía tras el vidrio empañado.

Ya debía bajar, entonces tiré la cinta que daba al timbre, encendiéndose el cartel rojo de “Próxima parada”.

Frente a mí, sobre la puerta de salida, antes de bajar, yo recordaba qué era el amor y ví simbólicamente 3 carteles que llamaron mi atención: “Salida”, “No permanezca en los escalones”, “No apoye sus manos”. Definitivamente el amor es un peligro al que hay que estar dispuesto a someterse.

Seguir de pie. Sin cuerpo, ni espacio.

sábado, 15 de mayo de 2010


A veces vuelvo a lo más recóndito de mi ser
me encuentro sumergida en una plaga de terciopelos fornicándose.
Siempre quise un jardín y mi niñez.
Siempre quise al invierno.



Hoy quiero descubrir el cielo, que inventé ayer.

miércoles, 12 de mayo de 2010

"Tu nombre en la Pared"


Vi tu nombre escrito en la pared. Me desperté, lo vi quieto y mudo, con señales y ganas de simbolismos, me proponía recordarte. Yo no sabía más que soñar y abrir los ojos por las mañanas y darme vueltas envolviéndome entre las sábanas estiradas, observando la luz que ingresaba por los pequeños huequitos de una persiana contra el vidrio, y esa reverberación se reflejaba en mi pared. La pared que tenía frente a mí ni bien mis ojos descubrían la mañana y su luminiscencia, pero había un detalle. Estaba tu nombre en cursiva a la misma altura de mis pestañas, ocupando todo el largo del muro, generándome escalofríos. Era un nombre dócil, se dejaba acariciar, pero tenía una cualidad que me daba temor, ya que ni bien rozaba con mi mano sus curvaturas se escribían en mis dedos, nombres más pequeñitos, uno encima de otro.
Decidí salir rápido de allí e ir de inmediato al lavatorio. Tomé el jabón y froté una y otra vez hasta borrar tu nombre de mi piel. Cuando levanté mis manos y las puse en altura, sobre la ventana abierta me percaté de que tu nombre quedaba a trasluz.
Tenía que redoblar la apuesta, ya no podía dejarlo inmóvil flotando en mi sangre.
Corrí hacia la cocina, abrí la alacena, saqué un vaso y comencé a llenarlo de agua. Y bebí, bebí unas 5 veces, sorbos pausados, ya que tenía que purgar tu nombre de mi cuerpo. En un instante se me escapó un suspiro, para sorpresa mía, tu nombre quedaba suspendido en el aire, como humo de cigarro. Entonces empecé a suspirar por doquier, exhalando todo mi ser, y se iba escapando de mí, todas esas letras que componían a una minúscula palabra que al mencionarla me traía en ese preciso momento tu rostro, tus gestos, tu voz, tu andar, tu aroma, tus silencios.
En un agotador acto en el que estaba perdiendo mi respiración, quité todas las repeticiones de ese nombre, pero quedaba plasmado en las paredes, el suelo, el techo, los muebles, el aire.
No tuve alternativa, salí, comencé a correr y en cada bocanada que tragaba ingresaba una letra en mí. Otra vez estaba colmando las esquinas de mi composición corpórea, tu nombre. Me había perdido en el trote indeciso, entonces debía buscar carteles que dijeran en qué calles me situaba. Cuando encontré, estaba ahí tu nombre y la numeración de mis latidos.
Todo comenzaba a colmarse de letras cada vez más grandes, cada vez más pequeñas. Eran tus letras, inquietas y orgullosas.
Quedé enredada en curvas, siniestras letras, palabras, que sólo formaban una palabra repetida una y otra vez. No podía escapar, no podía hacer nada.
Probé con mencionar mi nombre. De repente, una a una se fueron borrando los vocablos y me vi retrocediendo en el tiempo, hasta quedar en la escena inicial abriendo mis ojos, mirando la pared, vacía, blanca y fría.
Una sensación lánguida llegó a mí. Y también, con ello, una angustia que me recorría todo el ser, porque si bien muchas veces habíamos hablado, recuerdo que jamás me dijiste cómo te llamabas.

viernes, 7 de mayo de 2010

Ella y ella se sentaron frente a un espejo:
-¿Qué palabra está primero felicidad o fin?- preguntó ella.
-¿En un diccionario o en mi escala? Contestó.
Hubo un silencio penetrante y el viento se enfrió.
-Fin está primero- Sus ojos se empaparon.


Fin (o Felicidad)