lunes, 22 de junio de 2009

Bajo Consumo/ Tiro Balanceado.


Basta de máscaras, es hora de que mis pupilas quiebren los escenarios que tras un manto puedo sublevar.

viernes, 19 de junio de 2009


Tengo una desnudez constante, de días nublados sobre la textura de mi piel, de un ejército de huracanes que arrancan cada pellejo y cada escama, ni bien terminan de exhalar. Es una desnudez de camisas en el suelo, arrugándose, soportando el paso inquieto, de botones desprendidos, de medias de lycra abriéndose en los extremos, de sábanas desdibujándose, de almohadones de plumas, de luz matinal que ingresa por pequeños orificios en la persiana llena de tierra ( y plena de días) Sí, tengo de ese tipo de desnudez, de sacarme mi propio traje, de gritar la verdad inexorable de quebrar con mis uñas las sílabas lánguidas, de caer sobre la alfombra como caer por una escalera, los incontables e infinitos escalones, en bajada. Y al fin, al llegar allí, darme cuenta que sigo vestida y que aún no he dicho nada.

lunes, 8 de junio de 2009





- ¿Por qué no me sanás el tiempo?- 

 - ¿De esta terrible temporalidad finita que te marchita? - 














sábado, 6 de junio de 2009


Me pertenezco a las visiones retorcidas, a la borra de café disipándose,
a la cálida sonrisa de tristeza, al llanto del tiempo sobre las vértebras,
me pertenezco.
Como el día que fui vientre y fui placenta,
como el día en que fui huesos, y el momento en que sea plumas,
más luego serán cenizas.
Me pertenezco como nunca pertenecí a nadie,
porque nadie quería la ardua tarea de poseer a ciegas, lo que es cal,
lo que es cemento y una construcción del porvenir.
Me pertenezco como cuerpo y sal,
como cayéndome por una escalera, cuando cierro las veredas de mis espejos,
y aún así, teniéndome cual trofeo oxidado,
también me carezco.
Carezco cuando también soy del colchón,
cuando mis pasos caminan países en los que otros se pertenecen,
para luego también ser permutados, alquilados y a veces
también comprados.
Ya no sé si me guardo como cual reflejo se absorbe,
yo inmóvil sé que me carezco
cuando por momentos, talvez
te pertenezco.

miércoles, 3 de junio de 2009

Un día jueves, me recordé soñando (cuento)

La única sed verdadera, es la que nunca se sacia...





Eran ya casi las 12, cuando abrí los ojos, cuando sentí que mi respiración se había marchado, cuando un frío seco invadía cada poro de mi piel, y un sudor casi fugaz cubría mi frente. Me dolían las muelas y los dedos, talvez luchaba en mis sueños, quizá corría muy fuerte, sin frenar, sin observar, sin pensar, tenía sed, sentí mi lengua pastosa, dura, inerte, también yo estaba así.
Me levanté de mi cama y fui, como suele ir quien se despierta atormentado, al baño. Me quedé largo rato contemplando mi figura en el espejo, las manchas verdosas bajo mis ojos, mi barba grisácea floreciendo, mi piel áspera, como estos últimos años, mis pupilas, sí, me detuve en ese preciso detalle, cada vez más cerca al vidrio notaba el espacio hueco que se generaba en la pupila, esos precipicios imperceptibles, pero presentes al fin.
Minutos después, agaché la cabeza y tuve como un llamado premonitorio, números y letras en mi mente, constantemente me atormentaban, letras y números, cada vez se afinaba más el dato, ahora aparecía un “13” y un “adiós”, de dónde provenían, por qué aparecían justo ahora. Abrí el grifo, quería lavar mi rostro, mojar con el agua mi boca, borrar las ideas, enjuagar mis pómulos, pero no caía ni una gota del extracto salvador, del más puro elemento, no. No había agua, pero si mucha sed y qué haría para calmarla.
Ya había pasado parte de la noche, y yo rondando el refrigerador, quería conseguir algo que me aliviara, quería limpiarme, limpiar el 13 del adiós, el adiós del 13. Abrí las ventanas, dejé pasar la más suave brisa de la madrugada, acompañada por el silencio crudo de la oscuridad. Comencé a divagar, vivía en un departamento pequeño, pero con grandes ventanales que daban a la calle principal, tenía tres macetas, una con un potus y dos con malbones, un sillón de cuero y algún que otro mueble, un gran escritorio con mis apuntes, un gato llamado Pedro y una sed en el centro de mi existencia.
Intenté regresar a la cama, cama de dos plazas, demasiado grande para mí, estos últimos años había perdido peso, cabello, y felicidad. También parte de mi memoria, y para no descartar, también algo de lo que alguna vez llamé calma.
Cerré mis ojos, y lentamente me fui sumergiendo en el más quieto sueño, caí en una ciudad blanca, de día y apareció Elena, tenía dibujado un 13 en la palma de su mano, y me decía con sonidos mudos “adiós”. Me desperté triste, habían pasado años, desde que no veía a Elena despidiéndose, estaba hinchada, no recuerdo que estuviese hinchada, era bella hasta en los huesos, suave, frágil, delgada, no hinchada.
De nuevo volvió mi sed, y con ella, una sensación de angustia en el pecho, como si una estaca se instalara allí.
Me acosté, acomodé mi almohada, ya comenzaba a aclarar el cielo, yo pronto iba a tener que levantarme, y hacer la rutina del desayuno, la lectura, el perfume y las llaves que cierran la puerta para marcharme de mi mundo interno.
Tenía sed, mis labios se agrietaban, y mi garganta empezaba a lastimarse, también comencé a extrañarla, Elena ya no estaba y mi soledad se hacía cada vez más insoportable.
Eran las 6:30 de la mañana, y comencé con lo cotidiano de prender las hornallas, pero no había agua, de ninguna forma podía conseguirla.
Miré el almanaque 13 de junio, exacto y cruel. Elena se había ido hacía 5 años, lo último que dijo mi niña fue que quería bebernos a sorbos, que quería limpiarse para poder irse que nuestra soledad la abrumaba y que quería días donde el sol la hiciera sonreír.
No podía saciar mi sed, no podía beber, hasta que sonó el teléfono, y hablé, era ella, Elena. Juro, que pude servir agua mientras le decía cuánto la extrañaba, pero aún, hoy jueves 13, no puedo saciar mi sed, de esta ausencia que me duele.