lunes, 4 de octubre de 2010





Todo es una pradera de sutíles bifurcaciones.
Cuando siento el peso de un péndulo, la hiedra se hace mármol.
Todo es pradera, un jardín inmenso. Un cuento que no tiene núcleo.
Las tardes llegan impuntuales al reloj, cuando florecen.
Hoy tuve premoniciones de espejos. De lluvia inequívoca, del más azul anochecer cayendo sobre las laderas. De pronto el frío colmó los álamos, la pradera ya no estaba. El camino era unitario. El péndulo quieto.
Todo se magnificó a casi, casi se simplificó en nada.
Nada era de clorofila.
Por eso mi pradera está en una pecera, de vidrio. Muy azul.
Como yo.