miércoles, 12 de mayo de 2010

"Tu nombre en la Pared"


Vi tu nombre escrito en la pared. Me desperté, lo vi quieto y mudo, con señales y ganas de simbolismos, me proponía recordarte. Yo no sabía más que soñar y abrir los ojos por las mañanas y darme vueltas envolviéndome entre las sábanas estiradas, observando la luz que ingresaba por los pequeños huequitos de una persiana contra el vidrio, y esa reverberación se reflejaba en mi pared. La pared que tenía frente a mí ni bien mis ojos descubrían la mañana y su luminiscencia, pero había un detalle. Estaba tu nombre en cursiva a la misma altura de mis pestañas, ocupando todo el largo del muro, generándome escalofríos. Era un nombre dócil, se dejaba acariciar, pero tenía una cualidad que me daba temor, ya que ni bien rozaba con mi mano sus curvaturas se escribían en mis dedos, nombres más pequeñitos, uno encima de otro.
Decidí salir rápido de allí e ir de inmediato al lavatorio. Tomé el jabón y froté una y otra vez hasta borrar tu nombre de mi piel. Cuando levanté mis manos y las puse en altura, sobre la ventana abierta me percaté de que tu nombre quedaba a trasluz.
Tenía que redoblar la apuesta, ya no podía dejarlo inmóvil flotando en mi sangre.
Corrí hacia la cocina, abrí la alacena, saqué un vaso y comencé a llenarlo de agua. Y bebí, bebí unas 5 veces, sorbos pausados, ya que tenía que purgar tu nombre de mi cuerpo. En un instante se me escapó un suspiro, para sorpresa mía, tu nombre quedaba suspendido en el aire, como humo de cigarro. Entonces empecé a suspirar por doquier, exhalando todo mi ser, y se iba escapando de mí, todas esas letras que componían a una minúscula palabra que al mencionarla me traía en ese preciso momento tu rostro, tus gestos, tu voz, tu andar, tu aroma, tus silencios.
En un agotador acto en el que estaba perdiendo mi respiración, quité todas las repeticiones de ese nombre, pero quedaba plasmado en las paredes, el suelo, el techo, los muebles, el aire.
No tuve alternativa, salí, comencé a correr y en cada bocanada que tragaba ingresaba una letra en mí. Otra vez estaba colmando las esquinas de mi composición corpórea, tu nombre. Me había perdido en el trote indeciso, entonces debía buscar carteles que dijeran en qué calles me situaba. Cuando encontré, estaba ahí tu nombre y la numeración de mis latidos.
Todo comenzaba a colmarse de letras cada vez más grandes, cada vez más pequeñas. Eran tus letras, inquietas y orgullosas.
Quedé enredada en curvas, siniestras letras, palabras, que sólo formaban una palabra repetida una y otra vez. No podía escapar, no podía hacer nada.
Probé con mencionar mi nombre. De repente, una a una se fueron borrando los vocablos y me vi retrocediendo en el tiempo, hasta quedar en la escena inicial abriendo mis ojos, mirando la pared, vacía, blanca y fría.
Una sensación lánguida llegó a mí. Y también, con ello, una angustia que me recorría todo el ser, porque si bien muchas veces habíamos hablado, recuerdo que jamás me dijiste cómo te llamabas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me encantó!