Amor, no hace falta ya que me llames,
ni tu presencia, ni tu mirada, ni tu olor,
ni tu deseo.
No hace falta más escucharte,
con sólo haberte escuchado que estás vivo.
¿Estás vivo?
Sí. Lo sé. Pero no hace falta más tu tacto, ni tu imagen a trasluz,
ni tus sombras en el vestíbulo, ni tus suspiros agotados,
ni tus cuentos inconclusos, ni tu ternura de medianoche,
ni tus lágrimas que se deshidratan.
Ni tu música tenue, tan tenue que solamente tu voz a
lo lejos consuela como una llama recién prendida, pero a lo lejos.
Amo esa voz quebrada de hombre frágil,
amo esa mirada que comienza a enceguecer,
Esos oídos y ese enigma que nunca alcancé.
Amo no sé, amo lo que sé.
Pero ya no me llames porque no lo necesito.
No necesito tu voz que se apague, sino tus ojos cuando se encienden
Y puedo decirte, mirándote:
Cuánto te amo.
(Comenzó a modo de disparador siendo escrito por mi madre y por mí, ahora está transformándose en un monólogo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario