viernes, 11 de junio de 2010

Estaba soñando. En mi sueño me subía a un taxi en la noche, hacía frío.
Yo conocía el recorrido de una ciudad a la que nunca había concurrido. Entonces abría la ventana y comenzaba respirar el aire seco de la oscuridad. En tanto sonaba una canción que cantaba cada vez más fuerte, mientras acariciaba el terciopelo de los asientos. En el viaje miraba todas las casitas iguales, con tejados rojos y las luces apagadas. La canción continuaba.
De repente algo estrepitosamente me sacudió. Abrí mis ojos de inmediato, dejando el sueño atrás, queriendo recordar la melodía de aquella canción desconocida.
Me levanté y comencé a caminar dejando las sábanas fuera de su habitual sitio, hasta llegar a la ventana. Corrí las cortinas y observé hacia abajo, para mi sorpresa la calle estaba vacía como cualquier noche. Pero en la esquina había un taxi con su cartel de "libre". Y las condiciones de la tentativa negrura del cielo hacían que los escalofríos erizaran mi piel. Cerré las cortinas.
Me escondí bajo el abrigo de mi cama y canté una canción nueva. Me quedé estupefacta, hundiéndome en un profundo sueño, de desorden e introspección. Suelo ser un automóvil que me lleva lejos de mí, con un sonido dintinto y sin ganas de volver.
Mi corazón palpita apresurándome el pecho. Tuve temor. Soñar es tan cierto como cerrar los ojos ante lo desconocido.
Taxi, taxi... ¿Está libre?

1 comentario:

@leftraruh dijo...

Soñar es tan entero
como estar frente a la inmensidad,
pero a aquella que de tan infinita
atemoriza.

Lo bueno es que los taxis
siempre están libres,
solo es cuestión del deseo
y el impulso.